Cuando alguien nos insulta, ¿a qué nos aferramos quejándonos? A los condicionamientos de la cultura y la educación.
Decimos que esa persona es grosera. Diríamos que esa persona es valiente, si hubiéramos sido educados en eso.
La realidad, fuera de la cultura humana (que solo los humanos conocen), es que esa persona es libre de hacer lo que quiera y de tener cualquier opinión sobre cualquier cosa.
Cada insulto que recibes es una oportunidad para practicar el desapego de las emociones. Eso no significa soportar ni quedar pasivo.
De hecho, solo podemos sufrir lo que dejamos que penetre en nosotros. Somos nosotros quienes nos insultamos. Y, de todos modos, también podemos responder pero...
Sin reacción (lo que demostraría que es la personalidad la que nos somete y no al contrario), pero como una elección sin involucramiento emocional (lo que demostraría que sabemos dominar la personalidad y usarla a nuestro antojo según nuestra voluntad).
Los condicionamientos son tus propietarios. Tú eres su objeto. Ellos son tus carceleros. Para alcanzar el desapego se necesita mucho ejercicio, mucha fuerza de voluntad y mucha capacidad de presencia.
Por lo tanto, cada insulto que recibes es para ti una oportunidad más de escapar de la cárcel en la que vives.
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